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El hombre que piensa

Cuando, a comienzos de los ‘80, Stephen Hawking comenzó a bosquejar un libro de divulgación sobre el Universo, un agente literario le advirtió que ni soñara con que pudiera transformarse en un bestseller. A lo sumo, le dijo, se podría vender bien entre académicos y estudiantes. Sin embargo, la editorial Bantam Books aceptó el desafío y, después de sucesivas reescrituras para «ablandar» el texto, no siempre felices, lanzó en 1988 A brief story of time, traducido en español como Historia del tiempo. Del big bang a los agujeros negros. Para sorpresa de todos, tuvo un éxito de magnitudes cósmicas: lleva vendidos más de 10 millones de copias en 40 idiomas, estuvo en la lista de bestsellers del New York Times durante 147 semanas y en la del Times de Londres casi el doble de tiempo. Ese mismo año, Newsweek le dedicó su primera portada en Estados Unidos bajo el título «Master of the Universe».

1361905699A partir de entonces, hace un cuarto de siglo, el cosmólogo, que ya era heredero de la cátedra de Newton en Cambridge y uno de los miembros más jóvenes de la tricentenaria Royal Society, se transformó en el científico más conocido del mundo, «el mayor genio del siglo XX después de Einstein», además de un ícono cultural y una metáfora del poder de la inteligencia humana a pesar del estrago físico. Como describe el periodista Martín De Ambrosio en su libro Mentes brillantes en cuerpos enfermos (Capital Intelectual, 2013 ), Hawking «ha logrado encarnar de un modo perfecto la división cartesiana entre mente y cuerpo y la llevó hasta las últimas consecuencias». Cuando lo entrevistó en Inglaterra meses atrás, el periodista colombiano Rodrigo París no pudo evitar destacar la «contradicción inquietante» de una mente tan poderosa, con un IQ de 160, «atrapada en un cuerpo inservible a nivel motriz».

Por supuesto, un cerebro que no sólo resiste la devastación del resto del cuerpo sino que también se las arregla para escrutar con lucidez el origen y destino del Universo captura de manera irresistible la imaginación del público y explica (¿gran?) parte de su fama. Por otra parte, Hawking también resulta un ejemplo inspirador sobre la capacidad de hacer frente a las adversidades. En julio pasado, la física del CONICET Paula Bergero participó de una charla en una escuela de educación especial en La Plata para chicos de 3 a 18 años con discapacidades motoras y/o neurológicas. En un momento de la reunión, mientras contaba cómo era la vida de un científico, Bergero proyectó una foto de Hawking en su silla de ruedas. «Sus dificultades para moverse nunca le impidieron hacerse preguntas, pensar mucho y convertirse en un verdadero genio», los aleccionó. Fue «uno de los momentos más emocionantes del encuentro», evoca a Newsweek Bergero, quien trabaja en el Instituto de Investigaciones Fisicoquímicas Teóricas y Aplicadas (INIFTA) y en el Museo de Física de la Universidad Nacional de La Plata. «Quisimos mostrarles que las limitaciones físicas o de comunicación no necesariamente significan un impedimento a la hora de hacer ciencia. Y creo que los chicos recibieron el mensaje», añade. El propio Hawking, al dar el discurso inaugural de los Juegos Paralímpicos de Londres 2012, dijo esperar «que mi ejemplo de ánimo y esperanza sirva a otros que están en situaciones similares para que nunca se rindan».

La enfermedad que aflige (y, a esta altura, también define) a Hawking, esclerosis lateral amiotrófica o ELA, se caracteriza por la progresiva degeneración y muerte de ciertas neuronas que llevan el impulso eléctrico a los músculos, aunque sin afectar la lucidez mental, los sentidos ni la función sexual. Los primeros síntomas aparecieron cuando el estudiante de astrofísica tenía 20 años.

Tenía problemas para atarse los cordones, sentía las piernas flojas, sufrió un par de caídas sin causa aparente y arrastraba las palabras como borracho. Su papá, médico, creyó al comienzo que se trataba de algún virus exótico (Hawking había regresado de un viaje al Oriente Medio), pero finalmente los neurólogos sentenciaron que tenía ELA y le pronosticaron no más de dos años de vida. De hecho, la mitad de los pacientes muere dentro de los 14 meses del diagnóstico, y sólo uno de cada cinco alcanza a vivir más de cinco años. Sin embargo, Hawking fue afortunado de tener una variante del mal de evolución más lenta. Pudo completar su doctorado. Y como señala De Ambrosio en su libro, su físico, cada vez más impedido, fue dando lugar a una mente cada vez más decidida y enfocada de lleno a la actividad científica. «De repente –evocó Hawking–, me di cuenta de que había un montón de cosas que valen la pena y que podía hacer si esto [la muerte] se aplazaba».

El episodio evoca algún tipo de pacto fáustico, como si el cuerpo (y no el alma) se hubiera «entregado» a cambio de la capacidad de conquistar proezas cognitivas. La postración de Hawking avanzaba, pero, en paralelo, su cerebro parecía moverse en el mar de las fórmulas matemáticas y las elucubraciones físicas cada vez con mayor soltura. Desde su silla de ruedas, se aventuró a explorar el espacio-tiempo y el origen del Universo. Perdió el habla, sí, pero también nos dejó a todos sin palabras.

El principal aporte de Hawking, aquello que lo popularizó, fue su caracterización de los agujeros negros, esos objetos gravitatorios «invisibles» que surcan el cosmos y no dejan escapar siquiera la luz después del colapso de una estrella de gran masa.

En Historia del tiempo, Hawking describe el origen de su interés en el tema de manera sugestiva: «Una noche de noviembre de aquel año (1970), justo un poco después del nacimiento de mi hija Lucy, comencé a pensar en los agujeros negros mientras me acostaba. Mi enfermedad convierte esta operación en un proceso bastante lento, de forma que tenía muchísimo tiempo».

Pero más importante que tener «muchísimo tiempo» es saber aprovecharlo. Y Hawking logró identificar un vínculo inesperado entre la gravedad y la mecánica cuántica. Calculó que los agujeros negros, a diferencia de lo que se pensaba, no son tan negros sino que tienen temperatura y emiten radiación en función de su tamaño. Aunque esa predicción no ha podido aún ser testeada, porque esa temperatura es extremadamente baja, resultó ser muy influyente e impulsó otras líneas de investigación, como la teoría de cuerdas. También le permitió hacer pie en el análisis de las fluctuaciones cuánticas del Universo embrionario, que hoy lo desvelan.

El modelo, sin embargo, tenía una derivación perturbadora que produjo lo que el mismo Hawking calificó como el «mayor error» de su carrera: si los agujeros negros perdían masa, evaporándose, para finalmente dejar de existir, eso implicaba que se perdía información. «Eso violaba las leyes de la física», explica a Newsweek Félix Mirabel, investigador del CONICET en el Instituto de Astronomía y Física del Espacio (IAFE) y Premio Konex 2013 en física y astronomía.

Curiosamente, fue el hallazgo de otro argentino, la «correspondencia AdS/CFT» de Juan Maldacena, en 1997, lo que hizo que Hawking cambiara de idea (y perdiera una de sus famosas apuestas). Muchos comparan esa «metida de pata» con la fallida constante cosmológica que inventó Einstein en 1915, y de la que luego se retractó: el desliz que recuerda la condición humana de un genio.

«Hawking no es Einstein, pero pocos, si es que hay alguno, hicieron más para profundizar nuestro conocimiento de la gravedad, el espacio y el tiempo», escribió en Newsweek otro eminente astrofísico y cosmólogo de Cambridge, sir Martin Rees. El argentino José Edelstein, profesor de física teórica en la Universidad de Santiago de Compostela e investigador del Centro de Estudios Científicos de Chile, señala que «una buena parte de los aspectos teóricos más importantes que conocemos sobre el origen del Universo y los agujeros negros ha sido obra de Hawking».

Edelstein entrevistó en septiembre a Hawking para la revista ORSAI, y, como todos quienes se embarcan en un diálogo con él, debió armarse de paciencia. Desde 1987, cuando le hicieron una traqueotomía tras una neumonía, Hawking depende de una computadora conectada a un sintetizador de voz para comunicarse. Al principio la comandaba con la mano y luego -con el avance de la enfermedad- con ligeros movimientos de la mejilla. Pero tarda alrededor de un minuto en escribir cada palabra, por lo que sus comentarios tienden a ser, según Rees, «aforísticos u oraculares, aunque a menudo impregnados de sabiduría». También de humor. Cuando en 2011 la revista New Scientist le preguntó a Hawking en qué pensaba más a lo largo del día, no aludió a conjeturas, singularidades ni radiaciones. «En las mujeres», disparó el genio. «Son un misterio completo».

 

Fuente: Newsweek