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El vino entrerriano y un añejamiento necesario.

 

 

 

 

 

 

No destella en boca con sabores especiados, ni contiene notas distinguidas, como describen con entonación los sommeliers cuando catan un vino de Cuyo, de Cafayate, del Fin del Mundo, la Patagonia.
El vino entrerriano es distinto. Pero tiene su carácter. Y más temprano que tarde, también, su presencia destacada en el mundo de la vitivinicultura nacional: ya hay un medio centenar de productores en la provincia, y las hectáreas sembradas con vides todavía no encuentran su techo.
“El vino entrerriano es más suave, no es tan pesado en la boca, y más ácido, justamente una característica que le da el clima de aquí. Es también más suave en alcohol. El alcohol no quema, como en un vino de Cafayate. El vino de aquí tiene una suavidad determinada, y menos aroma, porque es una zona húmeda, que no le permite desarrollar muchos aromas, pero es un buen vino”, define la licenciada Felisa Sabatini, directora de la Región Litoral del Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV).
Sabatini estuvo el domingo 8, en el Museo Carlos Anadón, de Victoria, adonde uno de los viñateros entrerrianos, Rubén Tealdi, lanzó la idea de reposicionar a esa región de Entre Ríos, otra vez, como la “Champagne entrerriana”.
Cuando las vides aquí florecían como ahora la soja, Victoria se posicionó como la mejor región viñatera de Entre Ríos, y durante un concurso desarrollado en Paraná en 1887 se la coronó como la “Champagne Entrerriana”.
Tealdi es optimista al respecto: Victoria, cree, puede recuperar una posición en la vitivinicultura que alguna vez tuvo.
Entiende que por el clima, la humedad y la tierra, Entre Ríos es apta para viñedos porque, como Burdeos, en Francia, por ejemplo, se encuentra entre 20 y 30 metros sobre el nivel del mar.

CUÁL FUTURO. Ya hay medio centenar de pequeños productores viñateros en Entre Ríos: en Colón hay cinco hectáreas, al igual que en Paraná. En San José hay cultivada media hectárea y en Concordia son dos. Además, hay un cuarto de hectárea en Lucas González y se sumaron en Victoria otras dos y media. A eso se suman emprendimientos en Seguí y La Paz, pero la perspectiva es que la producción siga creciendo.
Pero Sabatini es cauta. “En Entre Ríos se está empezando. No hay muchas hectáreas sembradas, pero la gente que está trabajando, lo está haciendo de una manera muy seria. Realmente es asombroso, porque hay una bodega en Colón, y después están los pequeños viticultores, que están empezando a desarrollar todo esto”, dice.
– ¿Es posible pensar que el vino entrerriano pueda competir en el mercado de los vinos de Cuyo, por ejemplo?
– Eso ya es una cuestión comercial. Para eso, primero tiene que haber cantidad, y todavía no hay cantidad en la provincia. Ahora se está recién imponiendo como un vino de Entre Ríos. Le va a llevar un tiempo implantar más vides, para que la gente lo conozca, para que lo siga. Entiendo que primero tiene que conquistar su propio mercado, de la provincia. Hoy hay mucha competencia. Está empezando, pero le falta. Pero peor sería que no hubiera nada.
El Gobierno provincial ha puesto un decidido sostén al desarrollo de la vitivinicultura en Entre Ríos: no sólo facilitó el acceso a créditos blandos a los viñateros sino que también proporciona los servicios de un ingeniero agrónomo y un enólogo.
Pero también ha lanzado un Plan de Desarrollo Vitivinícola, en conjunto con la Asociación de Vitivinicultores de Entre Ríos, con la meta de alcanzar en una década la implantación de 500 hectáreas, con una producción estimada de 2 millones de litros.

CÓMO APOYAR. Rubén Tealdi, propietario de la chacra La Paula, un emprendimiento vitivinícola próximo a Victoria, está convencido de que el futuro de la viticultura en la provincia es próspero. Pero a la vez dice que es necesario encaminar ese crecimiento a través de la creación de un organismo que sirva de fomento a la actividad.
Ya le puso nombre: Instituto Lorda –en referencia a Juan Jáuregui, apodado Lorda, uno de los precursores de la vitivinicultura entrerriana-, una entidad sin fines de lucro que habrá que crear y que tendrá el objetivo máximo de fomentar la actividad en Entre Ríos; pero también capacitar personal para el laboreo en las viñas, especializar ingenieros agrónomos en la actividad y lograr el dictado de la tecnicatura en enología.
Tealdi dice que el mapa de la vitivinicultura en Argentina se está rediseñando, y que a las regiones tradicionales de Cuyo, el Noroeste, y el Sur, se suma ahora el Litoral. “En este renacer, Entre Ríos se perfila como un notorio emergente por el potencia de su terruño”, escribió Tealdi en un boceto de declaración de principios del Instituto Lorda.
Y agrega: “Para acompañar e impulsar este desarrollo, es oportuna la creación de un ámbito desde el cual no sólo se difunda y promueva la actividad, sino que además se inste a la excelencia de la práctica”.
El punto de inflexión se dio hace casi veinte años: en 1993, cuando el Congreso de la Nación derogó la Ley N° 12.137, de 1934, que durante el gobierno de facto de Agustín Justo creó la Junta Reguladora de Vinos y delimitó qué zonas podían producir, y cuáles no.
Entre Ríos, que en 1907 llegó a contar con 4.900 hectáreas y que ocupó el 4° lugar en volumen de producción, quedó dentro de las zonas vedadas. Y las viñas aquí fueron destruidas, y la actividad, por ende, desapareció.

BOCA A BOCA. Pero ahora la vitivinicultura está en pleno renacer en Entre Ríos. Tealdi se envalentona a partir de lo que ocurre en su chacra: “Este año mi emprendimiento va por su tercera cosecha. Este año cosechamos 3.000 kilos, y el año que viene tenemos proyectado cosechar entre 5.000 y 6.000 kilos, con una expectativa de llegar a las 10 mil botellas al año”, asegura.

– ¿Y cómo desarrollan la comercialización?
– Es un tema complicado, por lo tanto no la estoy abordando, pero sí la idea es comercializar en la chacra, en la visita. No voy a salir a buscar mercado, porque tampoco va a tener en el viñedo el volumen de producción necesario como para eso. La idea es recibir a la gente, que se lleve una imagen agradable, y un buen vino. Pero no soy el único en la zona. Hay un productor interesado en implantar 3 hectáreas, que para la región es importante. Yo tengo una hectárea y cuarto; se está desarrollando otro emprendimiento con una hectárea en la ruta 26, y media hectárea en Antelo.
Tealdi tiene una teoría que avalaría su optimismo respecto del desarrollo de la vitivinicultura en la provincia. “Entre los paralelos 30° y 50°, tanto en la latitud norte como en la latitud sur, la vitivinicultura encuentra las condiciones ideales para su desarrollo”, afirma. Entre Ríos, anota, está dentro de la franja de los 30° y 50° latitud sur, “por lo tanto cuenta con los atributos que le otorga su ubicación”.
Habrá que esperar, entonces. Quizá tanto como un sereno proceso de añejamiento, necesario para todo buen vino.

¿La historia se repite?

Agustín Pedro Justo nació el 26 de febrero de 1876 en Concepción del Uruguay, Entre Ríos.
Llegó a la Presidencia de la República en 1931, como parte de una coalición conservadora y en medio de lo que la historia después denominó como la Década Infame: procesos políticos viciados de corrupción, como el tratado de comercio con Gran Bretaña, el conocido como tratado Roca-Runciman, que permitió mantener las exportaciones de productos primarios al Reino Unido bajo condiciones de sumisión de la Argentina.
Esa negociación estuvo a cargo del vicepresidente Julio Argentino Roca, y presidente del consejo de comercio británico, Walter Runciman.
Justo gobernó también en medio de la gran crisis de la década de 1930. Y para hacerle frente, motorizó una serie de medidas intervencionistas en el mercado, como la creación de las juntas reguladoras.
Uno de esos institutos, la Junta Reguladora de Vinos, derivó en la concentración de las plantaciones de vid en la región de Cuyo, en desmedro de otras regiones del país, que debieron abandonar esa producción. Fue el caso de Entre Ríos.
A través del decreto Nº 69.290, del 7 de octubre del año 1935, la Junta aplicó esa medida, y ordenó la erradicación de los viñedos en la zona de Entre Ríos.
Aquí se sumaron otros factores: una sobreproducción de vino en la zona de Mendoza, y un vuelco de los productores locales por el citrus en detrimento de la vid.
Entre Ríos abandonó así su tradición viñatera.
La veda para la plantación de vid en esta región recién se levantó en la década de 1990, cuando el Congreso de la Nación derogó todas las medidas proteccionistas dictadas durante la presidencia de Justo.
Ahora, la actividad está en franco despegue, buscando su proyección, impulsada por un puñado de pequeños emprendedores que intentan profesionalizar una producción que, todavía, está en ciernes.
La historia por venir dirá si esta provincia vuelve a mostrar lo que alguna vez tuvo.
Entre Ríos alcanzó a ocupar el cuarto lugar en producción vitivinícola en el país en el primer tercio del siglo XX. En 1910 había 4.900 hectáreas cultivadas con vid, más que las sembradas con trigo y casi igual superficie que la del maíz.
Todo había comenzado bastante antes. A mediados del siglo XIX, el suizo Joseph Favre llegó a Colón y comenzó la producción, siguiendo los pasos de sus abuelos en Europa.

Claves

Si bien todo el territorio de Entre Ríos posee un excelente potencial para el cultivo de la vid, la región sur, sobre las márgenes de ambos ríos, exceptuando la zona del Delta, guarda una especial similitud con la región de Burdeos, en Francia, vitivinícola por antonomasia.
El clima, además, es templado pampeano, y es recorrido por vientos provenientes del Océano Atlántico, además de vientos locales como el Pampero, la Sudestada y el viento Norte. Además, cuenta con precipitaciones abundantes, con un promedio de 1.200 milímetros anuales. La temperatura promedio en invierno es de 9 grados; y en verano, de 23 grados.
Respecto del suelo, salvo en la margen derecha, sobre el río Uruguay, donde las primeras cortezas son de características sílices, las arcillas son los materiales más comunes y difundidos en la Mesopotamia.